miércoles, 9 de junio de 2010

La júnior, esa ´´novia´´ que perdimos para siempre

Me educaron así. Nacer con el ‘baloncesto en casa’ tiene estas cosas. Siempre escuché desde pequeño, cuando este deporte podría ser tan minoritario como el balonmano (un día echaremos de menos ser como ellos; cuanto más cerca del lamentable fútbol estemos), a los entrenadores decir (los más locos, que eran ‘cuatro’) que el baloncesto era como su novia, que podían tener mujeres e hijos, pero que este deporte era de lo que verdaderamente estaban enamorados por completo.
Esto no lo entendí nunca muy bien, pero al cabo de los años te conviertes en parte de esa misma locura. Empiezas a jugar y no lo dejas hasta sénior. Haces tus años de premini, mini basket, preinfantil, infantil, cadete, juvenil, júnior y… cuando estabas para jugar tu segunda temporada de la categoría, van y la quitan justo cuando uno, sabiendo que tal vez no va a llegar a nada, quería jugar sus últimos años de cantera. Era como si te arrancasen de cuajo esa ‘novia’ de la que me hablaban esos locos entrenadores.
Fue el maldito 1992, año olímpico barcelonés, cuando se cargaron y mataron a la mejor categoría que teníamos de siempre y que nos podía ayudar a alcanzar, a lo mejor, categorías superiores del baloncesto español. No necesariamente la más alta (ACB).
Circunstancialmente es ahora cuando los mal nombrados júnior –en los ayuntamientos los llaman juveniles– del año 92 se marcharán este año a ligas (que ni de desarrollo las podríamos nombrar) de la categoría más diversa sin saber que, cuando ellos nacieron, se tomó una de las decisiones más dolorosas y controvertidas que jamás se ha sabido subsanar con nada.
Los entrenadores ACB iban a ver directamente a jugadores para ficharlos cuando tenían 20 años en los campeonatos de España, ya que alguno le podía echar una mano en sus equipos o podían ser cedidos. Esto hacía que no hubiera tanto agente también (otra lacra que no tenía que haber sido jamás necesaria en chavales jóvenes y que ahora parecen ser los ´´salvadores´´ de estos cuando no cabe tanto jugador ni hay tanto nivel).
Ni el invento de la liga española de baloncesto amateur (E.B.A.), ni las posteriores Ligas Españolas de Baloncesto (LEB), LEB 2, y no digamos la ya la LEB ‘bronceada’ que se inventa Palmi, después del ORO japonés, que dura sólo dos años, o los circuitos sub 20, que son los que realmente intentaban poner la ‘tapadera’ a estos años, mitigan el problema que requiere que dé el salto un jugador en edad juvenil (seamos serios y dejemos de engañarnos y llamemos a las categorías por su nombre) a categorías sénior de un cierto nivel. ¿Dónde va un jugador de 18 años con nivel técnico muy bueno si no puede reunir un físico demandado? A ninguna parte. A ligas menores para dejarlo tarde o temprano según le dicte la vida, y ya no tanto el baloncesto.
Badajoz 90, Bilbao 91 y La Coruña 92 son los últimos campeonatos de España júnior existentes reales de la categoría. El salto que se tiene que dar para que el campeonato siguiente se celebrara en Pinto (Madrid) en el 95 como ‘falsa’ júnior y verdadera juvenil es de tres años, los años justos que tardan en inventar la citada LEB, un auténtico sucedáneo al lado de la Primera B casi profesional que existía antes por debajo de la ACB. Ese año uno ya está entrenando y han pasado quince años.
Me da pena, mucha pena, ver a jugadores míos y de cientos de equipos que no ven salida después de este año y que han nacido en el año 1992, ese año maldito en el que, después de escuchar tantas teorías y excusas de directivos, se decidió dañar al baloncesto de base de una manera irreversible.
‘Extraterrestres’ hemos tenido como los del 80 (dignos de estudio) y algunos sueltos que vienen después, pero en general el jugador ve limitada desde hace ya 18 años (cómo pasa el tiempo) su progresión y su visión de futuro en este deporte. Y este es el gran engaño al que nos sometemos. Nos creemos que porque ganemos unas medallas efímeras del color más reluciente posible nos evitamos a la vez ver, en nuestro país, el bosque tras la arboleda y nos creemos que por tener una masificación de jugadores en forma de licencias ya somos mejores cuando la realidad que vemos en los campos, al menos de Madrid, es una ausencia de nivel alarmante en fundamentos de todo tipo que, tal vez, empezó a decaer justo en el momento en que se decidió que el joven juvenil no pudiera seguir siendo un joven júnior y que, tal vez, por ese motivo, necesitaba de un nivel superior físico.
Me parece curioso que nuestro diccionario diga que un júnior es un religioso joven que, después de haber profesado, sigue sujeto a la enseñanza y obediencia del maestro de novicios y que juvenil es la fase o estado del desarrollo de los seres vivos inmediatamente anterior al estado adulto. A lo mejor es que los grandes gerifaltes de esos años pensaban así de forma tan retrógrada.
Esa ‘novia’ que tenía se murió para siempre y la recuerdo con tanto cariño y aprecio que su desaparición me parece que ha marcado un camino muy equivocado en nuestro baloncesto desde entonces. Y por mucha gente que llegue a una NBA (degradada) y gane musculitos, aquí no se juega nada…Estamos decayendo vertiginosamente a la vez que el propio país.

• El autor de este artículo es entrenador de un júnior o juvenil de Asefa Estudiantes

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