martes, 24 de mayo de 2011

Mi corazón no te abandonará

Miguel era un chaval que entraba en la etapa de la adolescencia a sus 13 años recién cumplidos. Él era un jugador de baloncesto de su colegio porque, aunque en su colegio era el deporte que la inmensa mayoría practicaba, él ya lo traía de casa pues su padre Jaime era entrenador y tanto a Miguel como a sus hermanos no les quedaba otra opción que practicar esta disciplina.
A Miguel le gustaba el futbol y de hecho organizaba equipos dentro de la clase con notable éxito, pero la pasión, la ansiedad, la emoción con la que tuvo que convivir con el baloncesto en ese momento le sobrecogió el cuerpo de una forma especial e inenarrable.
El buen padre de Miguel entrenaba al equipo profesional de su cole en un principio, para después entrenar fuera de la propia ciudad. Equipos de diversas ciudades de la geografía española.
Miguel contrajo una enfermedad de difícil diagnostico y en séptimo de básica tuvo que marcharse, con el permiso de su tutor, a ver a su padre durante una temporada por que no sabían qué hacer con él ya que echaba de menos a su padre.
Aquel año, Miguel pudo jugar con el equipo B de su edad en categoría pre infantil justo cuando habían dibujado la línea de los tres puntos a seis con veinticinco metros y les tocaba pasar del “circo “que era para todos el MINI a las canchas del campo grande de la nevera donde encestar un triple era una heroicidad pues no se llegaba por la nula fuerza física que se tenía todavía.
El equipo de Miguel era el B pero al no ser un equipo nada timorato le planto cara al propio equipo del A de su edad y en una liguilla al final de temporada consiguió, con su equipo, vencer al todopoderoso A de la edad. Toda una proeza que le sirvió para ser un escolta con posibilidades para subir al primer equipo.
Pero todo ese sueño de adolescente se le esfumo en verano cuando recayó en una crisis de la enfermedad “indiagnosticable” que le hizo tener que quedarse en el equipo B de nuevo y no tener posibilidad ninguna de volver al A de su querido club que representaba a su clase y a su colegio (antes con los de clase se hacían todos los equipos).
Categoría juvenil, la primera junior mal llamada, sub 21, año 1992, año olímpico barcelonés.
B de Bilbao, B de Basurto, el padre de Miguel sufre una angina de pecho y es trasladado desde su domicilio de la capital vizcaína al citado hospital. Allí es intervenido a corazón abierto y le tienen que poner tres by-pass en el corazón. De una hipotética operación de hora y media se paso a una de cinco horas…
…Y Miguel se vino abajo. Pensó que su padre de aquello no saldría. Que con diecinueve años se quedaría huérfano de padre y aquello no lo podía soportar. Una entrada en la U.V.I. para ver el rostro y otra vez el mundo encima.
Pasaron los días, pasó el nerviosismo y Jaime sale de la operación a salvo, pero con una operación que como él mismo decía “es como si me hubiera pasado una locomotora por encima del cuerpo”.
A Jaime le ofrecieron, a sus 50 años de edad, la prejubilación y le “quitaron” la idea de volver a entrenar. Le mataron a medias. Él se rebeló ante las consignas médicas, dijo aquello del “que me ata, me mata”, volvió a su trabajo y quiso volver al baloncesto pero ya no era el mismo, ya no podía arriesgar su corazón. Ya no sería el mismo jamás.
Prefirió ayudar a sus hijos y en especial al pobre Miguel que había terminado muy cabizbajo y al que le dijo “No te preocupes, nunca te fallaré, mi corazón no te abandonará”. A Miguel esto le sonaba a una canción del grupo El Norte que había escuchado unos años atrás con las mismas letras.
Miguel ya era mayor y quería emular, que no igualar, a su padre en baloncesto y se hizo entrenador. Se cansó bastante pronto pues jamás le dejaron ser él mismo y para colmo todos le conocían con los apellidos exclusivamente del padre, dejando de lado los de su madre. Esto de ser la “sombra de…” le hacía mucho daño a Miguel. No veía justo que no se le tratara por lo que él pudiera valer y siempre le parecía que si conseguía algo era lo normal y si no lo conseguía entonces ya sí que ponían su nombre de pila a todo.
Siglo XXI.
Miguel vuelve a recaer de su enfermedad extraña mientras está entrenando a un equipo categoría junior de su querido colegio. Un ingreso a tiempo hace que deje el equipo por unas semanas y como carecía de ayudante y delegado, fue su propio padre Jaime el que se puso a entrenar a ese equipo de patio de colegio después de haber militado con el primer equipo hacía más de veinte años… . Jaime no lo dudo un instante y para que su hijo no perdiera el equipo, él lo entrenaría aunque fuera amateur después de haber sido profesional allí. Consiguió que su hijo volviese a entrenar ese año.
En la temporada siguiente, el club echó de la cantera a Jaime por las ausencias a entrenar y el escándalo que supuso que su padre le ayudara, así como otras excusas que hacían daño al club de cara a su dirección deportiva.
El colegio/club jamás entendió el gesto de Jaime de no abandonar nunca a su hijo y lo que aporto desde su corazón, lo único que ya podía aportar, que era la ayuda a su hijo.
Miguel sigue entrenando. Aprendió y dio gracias a que su padre estuviera casi veinte años después junto a él. La vida podía ser bella, demasiado bella como para preocuparse por el baloncesto y sus “gentes”.
*Todos los nombres que aparecen en este artículo son ficticios. La historia es tan real como la vida misma. Quería dedicar este artículo a Marina, a Roberto y a Andrés por su ayuda en momentos de máxima y extrema dificultad. A Jaime… le debo la vida.

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