viernes, 24 de febrero de 2012

El último encuentro

A lo largo de la vida los apasionados al baloncesto vemos muchos partidos; lo normal es que veamos más partidos que los días que vivimos (si echamos la cuenta, tan poco es tan difícil llegar a esta cifra). Pocos de nosotros utilizamos la palabra encuentro cuando hablamos entre nosotros. En exclusiva, cuando te designan un partido como árbitro, sí que tienes un encuentro y debes de hablar de número de encuentro si te refieres a tal o cual partido. Pero ese es el respeto que tenemos que guardar a un enfrentamiento y la responsabilidad que tenemos ante ellos.

Este último encuentro se jugaba en la fase final júnior de Madrid entre los equipos de Estudiantes y Real Madrid de las generaciones de 1979 y 1980. Un 20 de abril de 1997, para ser exactos.

Antes de esta fecha, pude jugar, ver, dirigir y arbitrar muchos partidos y algunos, por especiales que fueron en mi vida, diría que los considero ‘los encuentros’. Pero eran encuentros de ‘otros’ familiares cercanos que influían demasiado en mi vida. Yo no dejaba de ser un espectador de excepción. Aquel día, volví a ser un espectador de excepción, pero ya me jugaba algo en el propio envite.

Para empezar, tengo que confesar que aquel día me hice del Real Madrid. Este ‘travestismo’ o pecado mortal si se enteran los de mi clase de la E.G.B. de Ramiro, venía a cuento, pues yo tenía que ver ganar al Madrid esa misma tarde. Contra Estudiantes, sí, contra mi equipo desde niño y menos niño, sí. Pero esa no era la razón. Mi razón estaba justificada: Yo dirigía a un equipo júnior del colegio Menesiano que necesitaba (cosas de las federaciones) que el Real Madrid fuera campeón de Madrid.

El hecho de haberme enfrentado al Real Madrid en el primer partido de liga y no al Estudiantes, me otorgaba un puesto superior en la selecta A-1 (12 equipos y yo quería ser el 9º y no el 10º) siempre y cuando el Madrid de Charly Sáinz de Aja ganara esa final.

Esta fase final se jugó en el pedazo de pabellón (más ahora) del Cerro del Telégrafo de Rivas y se llegó a los dos últimos partidos con todo por jugarse para los cuatro contendientes.


Algo surrealista se anunciaba ya en el tercer y cuarto puesto. Al final del encuentro entre el equipo de Chema Rodríguez (uno de esos grandes entrenadores de formación poco reconocido), Alcobendas y el Disermoda San Fernando Dribling de Luis Guil (no creo que haga falta su presentación), fue el presagio de la que se avecinaba. Un triple del base del equipo de Alcobendas desde el medio del campo daba la victoria y la clasificación a su equipo para el sector del Campeonato de España (entraban tres equipos). La primera gran derrota de Guil en un banquillo se gestaba de forma cruel, muy cruel. Hasta ese momento su equipo empataba el partido.

Y justo después llegó ‘el último encuentro’. El que me podía dar un puesto mejor en la clasificación final de Madrid.

Fue un auténtico rollo toda la primera parte. El Madrid daba una paliza al Estudiantes. Se habían enfrentado muchas veces en el campeonato de Madrid y Charly Sáinz de Aja y sus muchachos se llevaban la final con una superioridad enorme. Recuerdo que el Madrid logró un 75% de acierto en tiros de dos en los primeros 20 minutos (los cuatro periodos no existían todavía) y en el descanso te daban ganas de irte a tu casa.

Yo estaba tan contento, pues esa jornada me había salido bien como ‘madridista por un día’ y me quedé para ver más paliza. Estudiantes se fue al vestuario con 28 puntos anotados (un poco más que a punto por minuto) y el Madrid con 59 (para 118 si no me salen mal las cuentas). 31 puntos de diferencia al descanso entre dos equipos que se conocían hasta los cordones de las zapatillas. Surrealista, pero cierto. No había tanta diferencia en estas generaciones.
Pero, ¿qué paso para que este fuera el último encuentro (que no partido), para mí?

El Madrid salió a la pista y anotó otra canasta más. 33 puntos de diferencia y…

¿Un equipo puede remontar un partido 33 puntos abajo en unos 19 minutos y pico? ¡Imposible! ¿Puede remontarlo y ganar por más de diez puntos? Más imposible todavía. La famosa campaña de ‘Impossible is nothing’ de una marca deportiva muy famosa llegó tarde para grabar este encuentro y mostrarlo como una gesta propia de atletas.

Pues sí, a veces pienso que el pecado de hacerme pasar por ‘madridista por un día’ se volvió en mi contra por completo.

Estudiantes ganó el partido por trece puntos. El parcial total del segundo tiempo después de la canasta del Madrid fue de 20-66 en algo más de 19 minutos. Es decir, que de los 33 puntos del Madrid a los -13 del final van 46 puntos de diferencia de Estudiantes al Madrid en 19 minutos (94-81). Esto era para una película de marcianos. ¿Alguien vio algo parecido alguna vez? Yo, no.

No existe manual de lógica que explique un fenómeno así. Hubo una estrella aquel día, un jugador que tiraba de su equipo y que en vez de tirar al aro, tiraba a una piscina. Luis Ojalvo.

Coincide la diferencia del Madrid (-33) con su anotación en ese partido (33). Sin Luis Ojalvo (ni sexto hombre de la plantilla), acompañado por sus compañeros Rubén Ibeas (24), Paco González (pívot para coger todos los rebotes), y el base que no quiso llegar a la ACB (porque no le dio la gana) Luis Muñoz (12) fueron los que orquestaron la remontada más importante que haya podido ver en mi vida y que no creo que pueda volver a ver nunca jamás.

Todos los allí presentes estábamos acojonados. Cada ataque del Madrid era un despropósito. Cada ataque de Estudiantes era canasta. Es posible que fuera la mitad que menos balones se perdieron por parte de un equipo (Estudiantes) en la historia. Sólo lo saben ellos, los protagonistas.

Todo el mundo quería el vídeo del partido para hacer un psicoanálisis (‘scouting’ se quedaba como una palabra absurda) de la situación. Dicen que el director general de Estudiantes y entrenador de ese equipo, José Asensio, tiene el vídeo del encuentro pero no suelta prenda. Debe tenerlo como un tesoro escondido.
El Real Madrid ese año fue campeón de España y el Estudiantes sólo séptimo, pero ya fueron al campeonato a jugar, eso, partidos de baloncesto…
La estrella, Luis Ojalvo, jugó en un EBA la temporada siguiente (Bansander), experiencia de la que no guarda buen recuerdo.

Luego, Luis fue llamado por Txus Vidorreta para su equipo EBA de La Palma, con el que consiguió ser campeón de la categoría (no pudo subir a LEB por dinero) y subcampeón en la siguiente temporada (ya sí subió). Pero Luis no siguió.

Luis Ojalvo, el héroe de aquel partido lo recuerda casi como si fuera su último encuentro. Él ya no pudo jugar más al baloncesto. Una operación (por una trombosis) de una de sus piernas (con el riesgo de perderla) le dejó fuera del juego.

Ahora tendremos en forma de celebración a posteriori un último encuentro de amigos para celebrar que el partido de aquella final jamás se nos puede olvidar.
Ya queda escrito para siempre.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Viejo y sabio


Hace poco me designaron para arbitrar con compañeros de la Liga LEB en Madrid. Con uno de ellos estuve arbitrando un jueves en la ciudad deportiva del Real Madrid. Arbitrar con alguien que tiene un nivel muy alto en el arbitraje y que debería de estar en la máxima competición (ACB) hace mucho tiempo a uno le llena de orgullo y confiere respeto. Juan Pedro Morales es uno de esos ídolos deportivos sin él saberlo y creerlo. Es más, él pensaba que había arbitrado más veces conmigo y yo le tuve que decir que no, que eso no había sido posible. La idolatría llega en forma de verle innumerables veces, de observar cómo dirigía la categoría más importante de Madrid como es la primera nacional y de su lucha, junto a otro árbitro ACB (David Soto) por la independencia del árbitro en el comité con respecto a sus federaciones. Juanpe (es como le llamamos, su nombre de guerra, en la capital) tiene mi misma edad pero posee infinita e inmejorable experiencia y categoría más que uno.

Ese mismo sábado actuaba con un árbitro más joven. Otro árbitro LEB, pero de escasos 30 años, de calidad contrastada en Madrid y mal tratado en la Federación Española. Un árbitro que tuvo que pagar el pato de la desaparición de la LEB Bronce, y después de pasar dos años en la EBA, luchar para volver donde le corresponde. Para mí, después de que en la ACB han logrado sus árbitros que la edad pase a un segundo término entiendo que la antediluviana FEB debería tomar nota y no subir a tanto chavalito que de baloncesto sabe muy poco y sí a gente más formada, pues el deporte siempre está en la cabeza y no tanto en los pies, en la apariencia, en el musculito o en las relaciones públicas…


Jose Luis López Córdoba es el árbitro más querido en Madrid de su categoría y debería ser el representante para poder optar a un puesto en la ACB. Por calidad técnica y calidad humana. Nadie es mejor que él.

El domingo yo estaba designado para el partido de mi categoría autonómica junto al árbitro que más impacto me había ocasionado. Iba de principal con un árbitro de setenta años, que ya era árbitro cuando yo jugaba, que apenas sabía botar una pelota, y mis padres me recordaban que era un mini ‘buzón’ del Estudiantes que no paraba de decir a mi entrenador (Juanfra Garrido) “Juanfra, ¡sácame!, ¡sácame!”, porque quería solucionar un partido.

Este señor que responde al nombre de guerra ‘Antoranz’ (Francisco Tajahuerce Antoranz) es el ‘viejo y sabio’ del arbitraje madrileño. ¿Qué hacía yo en esa situación? Un señor que en el internado del Ramiro me había dicho aquello de Serrat “Niño, eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca”, “deja ya de joder con la pelota”. Paco, que tiene un parecido enorme (así le llamaban en Estudiantes) con el desaparecido Fernando Fernán Gómez, no sólo me dio lecciones de jugador, sino que me las dio de entrenador y de árbitro cuando comenzaba.

Me parecía un insulto que alguien con licencia 598 (y todo porque contaron con su primer apellido cuando éstos los daban por orden alfabético) fuera el árbitro auxiliar en un partido de categoría senior cuando somos de la misma categoría y mi licencia no es más que un moderno 2.469…
Paco pitaba hasta hace bien poco con silbato de bolita, con pantalones grises y, según me dijo él, le costó dejar unas zapatillas rojas que le duraron mucho tiempo. Arbitrar con él es una experiencia grata.

No toca el balón para sacar de fondo o en defensa, si señalas una falta de árbitro de cabeza (línea de fondo), él la marca de cola para no perder tiempo y no tener que cambiar de posición. Quién sabe si en el futuro veremos esta forma de señalar para un baloncesto más rápido…
Paco llego a Madrid con cuarenta años, procedente de Sevilla, donde también arbitró pero donde comenzó tarde. Lleva ya treinta años ininterrumpidos dando clases en Madrid. Ya su mente está puesta en sus hijos, a los que metió de oficiales de mesa. Alberto es ACB ya y David, de la liga EBA. David le acompaña cada quince días, desde que tenía 16 años (ya tiene 25), a sus aventuras de fin de semana para arbitrar en Chinchón, Aranjuez, Colmenar de Oreja o Villarejo de Salvanes.

Lo que importa nunca es el dinero. Es la experiencia, la amistad lograda en todos los campos por donde va y el respeto que infunde aunque ya no vea tan bien, y no pueda correr tanto. David y él se dan un homenaje después de arbitrar y anotar (comilona) en la localidad correspondiente y se van a otra aventura por la tarde haciendo los kilómetros que hagan falta.

Todos los partidos de Paco tienen la misma importancia y el mismo valor. Él sigue poniéndose nervioso antes de arbitrar. Si no, lo dejaría. Es un hombre que salva la competición que muchas veces no entendemos. Es un amante del baloncesto; eso sí, muy correspondido.
Y quiere seguir en la brecha. Quiere que llegue el Mundial de España 2014 y ver a su hijo Alberto en las mesas de oficiales. Y si puede ser, ver a David también. Este hombre, viejo y sabio, habrá cumplido con todo lo deseado. Paco sigue trabajando y sigue arbitrando. Un día, Álvaro Herrera (un gran ex árbitro) le dijo que no sabía “si había perdido una profesión”. Para Paco esto no es una profesión, es algo más. Es una forma de vida.

“Tan lejos como puedo ver, hay sombras acercándose a mí y para aquellos que dejé atrás, quiero que sepan que siempre compartieron mis pensamientos más profundos y me siguieron a donde iba. Cuando sea viejo y sabio, las palabras amargas no me importarán, los vientos de otoño soplarán a través de mi y algún día en tiempos de niebla, cuando me pregunten si te conocía, sonreiré y diré que eras mi amig@ y la tristeza se levantara de mis ojos cuando sea viejo y sabio”

Old and wise. Viejo y sabio. The Alan Parsons Project. 1982…
y yo tenía 9 años…